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La escena de Marilyn Monroe que paralizó a Nueva York y provocó el divorcio de la actriz

Un momento icónico ocurrió el 15 de septiembre de 1954, en la intersección de la Avenida Lexington y la Calle 52 de Nueva York. A la 1 de la madrugada, entre 2000 y 5000 personas y cerca de un centenar de fotógrafos (todos hombres) se congregaron para presenciar el instante en que el viento levantaría la falda de Marilyn Monroe en vivo y en directo, gracias a las rejillas de ventilación del metro.

Billy Wilder tenía la intención de filmar en la calle para lograr una escena realista, pero el estruendo generado (se rumorea que había ovaciones cada vez que el vestido se alzaba) hizo que fuera imposible.

Y no fue por falta de intentos: se repitió la famosa escena en la calle hasta catorce veces durante tres horas antes de decidir trasladarse a un estudio en California para completarla. Incluso allí, tuvieron que repetirla unas cuarenta veces más hasta obtener el plano perfecto.

Los desafíos para rodar en la calle se agravaron cuando Joe DiMaggio, el esposo violento de Marilyn, se enteró de lo que estaba sucediendo gracias al columnista Walter Winchell. Al presenciar la situación, DiMaggio estalló en furia y abandonó el lugar entre gritos.

Aunque no había motivo para escandalizarse por un acto impúdico, ya que Monroe llevaba dos capas de ropa interior blanca para garantizar que nada quedara expuesto si no controlaba el viento adecuadamente, a DiMaggio no le importó.

Al día siguiente, Monroe apareció en el set con hematomas y contusiones causados por el actor en su habitación de hotel esa madrugada, que tuvieron que ser disimulados con maquillaje. Poco después, ella solicitó el divorcio alegando “crueldad mental”, aunque la relación abusiva continuaría causando estragos.

Tras ese día, Billy Wilder, el director de la película, sabía que no podría utilizar esas imágenes en la película final. Sin embargo, resultó ser una jugada de marketing maestra. De hecho, se rumorea que Wilder mismo “filtró” la ubicación de la filmación a la prensa, logrando publicidad instantánea para una película que resultó ser un rotundo éxito de taquilla, multiplicando casi por diez su costo.

Curiosamente, hoy en día, comprar el famoso vestido en sí cuesta cuatro veces más de lo que se gastó en la película en su totalidad: 4,6 millones de dólares en una subasta de 2011, en la que la artista Debbie Reynolds lo adquirió después de haberlo comprado por tan solo 200 dólares cuatro décadas antes.

Sorprendentemente, esto dio lugar a una secuela inesperada, incluso en la actualidad, si caminas por Manhattan, verás a personas tomándose fotos para Instagram con la falda alzada sobre las rejillas del metro. Pocos iconos han perdurado tanto en la memoria popular.

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