Después de siete meses desde que se registrara la primera hospitalización en China de un paciente con una enfermedad que los médicos jamás habían visto, el mundo se ha visto en jaque por el COVID-19.

Desde entonces se han realizado innumerables horas de investigaciones, tratamientos y ensayos para determinar con mayor precisión sobre este nuevo coronavirus, por lo que en primeras instancias, se aceptó la vulnerabilidad del ser humano.

“Es como si estuviésemos enfrentando algo que no podemos ver, de lo que no sabemos nada, que no sabemos de dónde viene”, dijo Vivian Castro, supervisora de enfermeras en el St. Joseph’s Medical Center de Yonkers, Nueva York.

El coronavirus es invisible, sin embargo parece estar en todas partes y a pesar de que se necesita de contacto directo para su contagio, este virus se ha expandido con mas rapidez que ninguna otra pandemia en la historia, causando una crisis económica similar a la ocurrida en 1930 y que ha cobrado más de 570 mil vidas hasta la fecha.

Ni siquiera esas cifras reflejan el alcance de esta pandemia. Nueve de cada diez estudiantes en todo el mundo sufrieron el cierre de sus escuelas en algún momento. Se suspendieron más de 7 millones de vuelos. Las celebraciones y los funerales fueron cancelados o replanteados por temor a contagiarse.

Este nuevo virus es mil veces mas estrecho que un cabello humano, el cual está “armado” por unos brazos alargados que cubren su cuerpo formando una corona (de ahí su nombre). Dichos brazos puntiagudos se aferran a las paredes exteriores de las células humanas para invadirlas y reproducirse, creando así mas virus en mas células. Si se encuentra una manera de contener esos brazos, se puede detener su propagación.

Dentro de cada célula se encuentra el ARN (Ácido Ribonucleico, el código genético) el cual controla la maquinaria y ordena que se generen miles de copias del virus. A pesar de todo, el coronavirus tiene puntos débiles, como el que su membrana exterior sea destruída con simple jabón, por lo que expertos insisten en el lavado constante de manos.

Hay cientos de coronavirus, pero se sabe que solo siete afectan a las personas. En el 2002, uno de esos virus, el SARS, que causa severos trastornos respiratorios, surgió en China y mató a más de 700 personas. Sin embargo, esta nueva “especie” tiene atareada a toda la comunidad científica.

Los expertos están casi seguros que esta enfermedad se originó en los murciélagos y fue transmitido a otros animales, por lo que las autoridades aislaron rápidamente a la población de Wuhan, China, el lugar donde se generó el primer diagnóstico a finales del mes de enero.

Pero ante esto y con más de 100 mil vuelos comerciales diarios, se facilitó la propagación del virus a distintos puntos del mundo como fue el caso de Italia, donde los contagios y muertes crecieron de manera desenfrenada en cuestión de días.

Anomalía desconcertante

Desde el pasado mes de febrero, cuando se empezaron a tratar a los pacientes sospechosos de portar el virus de COVID-19, los médicos se dieron cuenta de que se trataba de una enfermedad que atacaba los pulmones, pero no se quedaba ahí.

Los pulmones son, de hecho, la zona cero, y muchos pacientes tienen dificultades para respirar. Las autopsias revelan que a veces los pulmones de los contagiados pesan más que lo normal.

El coronavirus plantea nuevos interrogantes, como el haber dejado flácidos los corazones de dos pacientes en Estados Unidos, los cuales se vieron dificultados de bombear sangre al resto del cuerpo, así como algunos jóvenes que llegan a las salas de emergencias con derrames cerebrales causados por coágulos sanguíneos.

A otros pacientes les dejan de funcionar hígados y riñones, y los coágulos sanguíneos generan el peligro de amputación de algunos miembros.

Debido a este tipo de anomalías, los doctores comenzaron en enfocarse en los genes de los pacientes, encontrando una anomalía desconcertante como la que muestra que el virus se “ensaña” con un paciente saludable, mas que con cualquier otro, así como el hecho de que no afecte tanto a los menores como a los adultos, otra interrogante con respuesta desconocida.

Durante los últimos meses han saltado muchas preguntas al aire, como si es posible que los enfermos recuperados vuelvan a infectarse.

El doctor Anthony Fauci, principal experto en enfermedades infecciosas del gobierno estadounidense, dijo que un contagio puede dar cierto grado de inmunidad, pero que no está claro cuánto ni por cuánto tiempo. Ahora bien, si se porta el virus sin tener síntomas, ¿como se evita la transmisión?

La realidad para muchas personas es que nunca sentirán síntomas ni se enfermarán, a pesar de portar el virus, causando que el control de temperaturas y otras medidas sanitarias implementadas no sean suficientes para frenar los contagios. Los tapabocas y el distanciamiento social ayudan a prevenir infecciones, pero los expertos se han empeñado en realizar pruebas más específicas para determinar si una persona es asintomática, no basándose únicamente en quienes muestren signos de la enfermedad.

Ante la incógnita de qué medicinas pueden tratar la enfermedad con efectividad, se están haciendo cientos de estudios con medicinas conocidas y otras experimentales. Hasta ahora solo una —un esteroide común llamado dexametasona— ha aumentado las tasas de supervivencia.

El desarrollo de una vacuna es otra pregunta al aire. Científicos de más de 150 laboratorios se abocan a esa tarea y hay casi dos docenas de candidatas en distintas etapas de ensayos. Pero no hay garantías de que funcionen. Para comprobar si realmente sirven, será necesario ensayarlas en miles de personas en sitios donde el virus se está propagando.

Ante la creación cada vez mas cercana de la vacuna contra este coronavirus, la Organización Mundial de la Salud (OMS), solicitó que el reparto de las unidades sea de forma equitativa entre los países ricos y pobres, aún sin estar claro de si esto llegaría a suceder.

Tampoco es claro hasta que punto las vacunas serían la solución, partiendo del problema que implica que miles de personas se niegan a ser vacunadas impulsadas por falsa información, o bien creencias religiosas.