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Arlindo Dos Santos: El hombre que escribió con un gol la primera página del Estadio Azteca
En la memoria colectiva del fútbol mexicano, el Estadio Azteca está ligado a hazañas universales: los goles de Pelé, la “Manita” de Maradona y las jugadas de Hugo Sánchez. Pero antes de todos ellos, hubo un nombre grabado en su génesis: Arlindo Dos Santos, el delantero brasileño que con un potente remate desde fuera del área, al minuto 10 de un partido amistoso, inauguró el marcador —y la historia— del majestuoso recinto.
Era el 29 de mayo de 1966. Frente a una multitud estimada de 100,000 almas, el América enfrentaba al Torino italiano en el partido inaugural. El ambiente era eléctrico, cargado de la expectativa por un estadio que prometía ser moderno y monumental. Fue entonces cuando Dos Santos, recibiendo un balón a las afueras del área, decidió probar suerte. Su disparo, potente y colocado, se clavó en la red sin que el arquero italiano Lido Vieri pudiera hacer nada. El estallido del estadio fue el primer grito oficial del “Coloso”.
“Yo considero… un golpe de suerte”, confesaría años después el propio Dos Santos en una entrevista. “Todos querían ser anotadores del primer gol, y yo fui privilegiado, fui escogido por Dios para anotar”.
Un segundo gol con sello brasileño y un empate final
La tarde inaugural siguió teniendo acento brasileño. Al minuto 51 del segundo tiempo, José Alves “Zague” —padre del futuro ídolo americanista Luis Roberto Alves— anotaría el segundo tanto en la historia del Azteca, ampliando la ventaja para las Águilas. Sin embargo, el Torino no se daría por vencido. En dos minutos consecutivos (65′ y 66′), el delantero Gualtieri anotó un doblete que no solo le dio el empate final 2-2 a su equipo, sino que lo consagró como el primer jugador visitante en marcar en el nuevo templo del fútbol.
La humildad de una leyenda
El autor del gol inaugural, Arlindo Dos Santos, nació en Ilhéus, Bahía, en 1940, en el seno de una familia humilde. Hijo de un pescador, trabajó desde niño en múltiples oficios —albañil, carpintero, sastre— para ayudar en casa. Esa modestia lo acompañó siempre, incluso en la cúspide de su carrera. Tras ser campeón de liga con el América en la temporada 1965-66, y dejar su marca indeleble en el Azteca, se retiró en 1975 en el Madureira de Brasil, lejos de los reflectores que su gol histórico pudo haberle asegurado.









