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Pasantes de medicina acusan que caso de Mariana no es un hecho aislado; piden apoyo
Los últimos días se han revelado más casos de abuso y violencia contra jóvenes pasantes de medicina, después de que se diera a conocer el caso de Mariana Sánchez, joven de 24 años que fue encontrada muerta el 28 de enero, quien meses atrás denunció ataques sexuales por parte de sus compañeros de la clínica de la colonia Nueva Palestina, en Ocosingo, Chiapas, lugar en el que realizaba su servicio social, sin haber obtenido respuesta por parte de las autoridades.
En redes sociales, jóvenes han manifestado sus casos. Mencionan que el de Mariana no es el único y piden a las autoridades universitarias de varias instituciones y de salud tomar en sus manos el problema para no volver a tener miedo durante su servicio.
“En mi caso, el jefe de enseñanza de la misma clínica me llamó a su oficina, cerró la puerta y empezó a platicarme de cosas que no tenían que ver con el trabajo: que cómo me gustaban los hombres, que si me gustaría tener más privilegios, descansar un poco más. Yo le daba el avión y aunque me quise retirar el no me lo permitió y me tocó de manera inapropiada el cuerpo, a mí me dio mucho miedo, no supe cómo reaccionar y me salí”, contó Diana, ex estudiante de la UNAM y pasante de medicina en una clínica del IMSS de la Ciudad de México.
Diana se negó a tener cualquier tipo de relación con este doctor fuera del ámbito profesional y después de esto vio que le “cargaban” la mano en el trabajo, a pesar de esto ella siguió cumpliendo con su servicio y no denunció principalmente por miedo, pero también porque sabía que ni en el IMSS ni en su institución educativa iban a hacer algo y por el contrario esto perjudicaría su titulación.
“Ya era casi al final de mi servicio y quería evitarme problemas. Además, mis compañeras que denunciaron solo recibieron largas como: esto no pasó en la universidad, no podemos hacer nada, velo con la institución donde prestas el servicio; al final de mi servicio este doctor me dijo que había sido un arranque y que era bueno que no hubiera denunciado, porque eso nos hubiera perjudicado a los dos”, relató.
Aunque Diana intentó olvidar y justificar esa experiencia, narró que el servicio social es lo peor que ha tenido que enfrentar: “él me dijo una vez que ¿a quien le iban a creer? si al jefe o a un pasante, y no quise hacer más grande esta situación, yo solo quería terminar mi servicio y salir de ahí”.
Así como Diana sufrió este atentado a su integridad en una clínica de la Ciudad de México, a Hanna le pasó algo similar en Morelia, quien tuvo que irse a vivir al centro de salud de una comunidad alejada, pero ya que en este lugar no contaban con el espacio suficiente para hospedarse, ella y varios compañeros tuvieron que buscar otro lugar para vivir.
Hanna platicó que uno de sus compañeros, y entonces pareja sentimental, abusó sexualmente de ella, y al denunciarlo los directivos de esa clínica pusieron en duda sus declaraciones, la obligaron a seguir con el servicio y no la apoyaron de ninguna forma para que dejara aquella vivienda que compartía.
“Yo no les pedí que me trasladaran a Monterrey, de donde soy originaria, yo pedí que me cambiaran a otra clínica del estado y me decían: de seguro tuviste relaciones de propio acuerdo con él; a la persona que nos atendía como pasantes le dije: de mujer a mujer, ayúdeme, ya no quiero estar aquí; y solo me contestó: de mujer a mujer, nosotras somos fuertes para soportar este tipo de cuestiones”, afirmó.
A Hanna sólo le pedían que aguantara ver a su agresor lo que restara del servicio y le brindaron sesiones de psicología gratuita del sector salud, quien no hizo su trabajo de manera apropiada al tema.
Sus padres la apoyaron para realizar una denuncia, “yo no tenía pruebas, solo quería regresar a Monterrey”, algo que intentó en varias ocasiones, pero no recibió ayuda, “me dijo, vas a regresar a tu plaza del servicio o ya te doy de baja, porque mi trabajo no es creerte, es que todas las plazas estén cubiertas”.
Y así ella terminó los primeros seis meses de su servicio con miedo, la segunda mitad fue trasladada a una clínica 20 minutos de distancia de aquel lugar que quería evitar. Pero las pasantes de medicina no solo reciben agresiones de sus compañeros o superiores, también reciben malos tratos por parte de las personas a las que atienden.
Andrea, quien estudió en la Universidad del Estado de México, aseveró que los ataque sexuales y de violencia son comunes en varias zonas de la entidad, pues la población no entienden que en los centros de salud no cuentan aveces con el equipo suficiente.
“A compañeros los llegaron a amenazar con machetes o pistolas, porque pensaban que no querían atenderlos, pero no había los medios, a veces solo tienes un escritorio y tu estetoscopio”, condenó.
En su caso, Andrea hizo su servicio en la jurisdicción de Santa María del Norte, donde recibió acoso por parte de sus pacientes, acción que no supo manejar por miedo a este tipo de atentados, ella permanecía paciente a la espera de que la jurisdicción de la institución vigilara su caso como se lo habían prometido, pues el cambio de plaza nunca fue una opción que le dieron.
Ella ve afortunado que no tuviera que quedarse en aquel centro de salud y aún más que sus padres tuvieran la oportunidad de pasar por ella. Pero quienes no corrían la misma suerte que ella, tenían que encerrarse en sus cuartos.
Así como Mariana, Diana, Hanna y Andrea, cientos de jóvenes han tomado las calles y las redes sociales para exigir tanto a las instituciones de salud pública que prestan su servicio como a las autoridades universitarias, acciones para que su servicio social e ingreso a la medicina como profesión deje de ser “su peor experiencia”.
Con información de Milenio