Interesante
¿Quién decide el nombre de un lugar? El caso del Golfo de México y la propuesta de Trump

La reciente propuesta del expresidente estadounidense Donald Trump de cambiar el nombre del Golfo de México a “Golfo de América” ha generado un intenso debate no solo en redes sociales, sino también en el ámbito geopolítico. Sin embargo, más allá de la polémica, surge una pregunta fundamental: ¿qué se necesita para que un cambio de nombre de una región sea reconocido a nivel internacional? La respuesta no es sencilla y requiere la intervención de múltiples actores, tanto nacionales como internacionales.
Un proceso complejo y multilateral
Cambiar el nombre de una región geográfica no es tan simple como modificar un mapa en Google. Para que una propuesta de este tipo sea aceptada globalmente, es necesario el consenso de instituciones especializadas y, en el caso de cuerpos de agua compartidos, la aprobación de los países colindantes.
En el caso del Golfo de México, tres naciones tienen jurisdicción sobre sus aguas: México, Estados Unidos y Cuba. Cualquier cambio de nombre requeriría un acuerdo entre estos tres países, seguido de la validación de organismos internacionales como el Grupo de Expertos de las Naciones Unidas en Nombres Geográficos, la Unión Geográfica Internacional y el Instituto Panamericano de Geografía e Historia. Además, dado que se trata de una zona marítima, también sería necesaria la intervención de la Organización Hidrográfica Internacional y la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar.
Dos escenarios posibles
El primer escenario, y el más viable, es que el cambio de nombre se limite a Estados Unidos. En este caso, la Junta de Estados Unidos para Lugares Geográficos (BGN, por sus siglas en inglés) tendría la última palabra. Aunque esta institución no tiene la facultad de imponer nombres, sí puede aprobar propuestas presentadas por ciudadanos o autoridades. Un ejemplo de esto ocurrió en 2015, cuando el entonces presidente Barack Obama logró que el monte McKinley en Alaska fuera renombrado como Denali, en honor a las comunidades originarias. Curiosamente, Trump ha expresado su deseo de revertir este cambio.
Si la BGN aprueba la propuesta de Trump, el nombre “Golfo de América” aparecería en los mapas oficiales de Estados Unidos. Sin embargo, esto no garantizaría su adopción a nivel internacional. De hecho, el Departamento del Interior de Estados Unidos ya ha comenzado a utilizar el término en algunos de sus documentos y avisos, lo que ha generado críticas por considerarse una medida unilateral.
El segundo escenario, mucho más complicado, implicaría un acuerdo entre México, Estados Unidos y Cuba para modificar el nombre de manera conjunta. Esto requeriría cambios en las cartas náuticas, mapas oficiales y leyes de los tres países, seguido de la validación de los organismos internacionales mencionados anteriormente. Dada la complejidad de este proceso y las implicaciones históricas y culturales del nombre “Golfo de México”, es poco probable que este escenario se concrete.
Una cuestión de apropiación simbólica
Para el investigador Héctor Mendoza, del Instituto de Geografía de la UNAM, la propuesta de Trump no es solo un capricho, sino un intento de “apropiación simbólica y expansionista”. En entrevista con UNAM Global Revista, Mendoza señaló que esta iniciativa está relacionada con intereses económicos, particularmente con los recursos naturales que alberga el Golfo de México, como el petróleo y el gas natural.
El Golfo de México, con una extensión de 1.6 millones de kilómetros cuadrados, es una de las regiones marítimas más importantes del mundo. Su nombre, que data de hace más de 400 años, hace referencia a la palabra náhuatl Mēxihco, que significa “ombligo de la Luna” y está ligada a la civilización mexica. Aunque en algunos mapas antiguos apareció como “Golfo de Nueva España”, el nombre actual ha prevalecido por siglos.
¿Qué sigue?
Por ahora, la propuesta de Trump parece más un gesto simbólico que una iniciativa con posibilidades reales de concretarse a nivel internacional. Sin el respaldo de México y Cuba, y sin la validación de los organismos internacionales, es poco probable que el “Golfo de América” reemplace al Golfo de México en los mapas globales.
Lo que sí queda claro es que el nombre de un lugar no es solo una cuestión geográfica, sino también histórica, cultural y política. Cambiarlo no es tarea fácil, y menos cuando se trata de una región compartida por varias naciones. Mientras tanto, el Golfo de México seguirá siendo, para la mayoría del mundo, exactamente eso: el Golfo de México.
